Los cuatro domingos de Adviento marcan el comienzo de la celebración navideña.

Comienza cuatro domingos antes del día que celebramos el nacimiento de Jesucristo. Tiempo de preparación a la venida de Jesús donde también recordamos la espera y preparación del pueblo de Israel durante largos siglos.

Cuando AHORA nosotros celebramos cada año el adviento y centramos nuestra mirada en esta espera y preparación para la venida de Jesús, no es que queramos simular como si Jesús tuviera aún que venir.

Él ya vino y nosotros somos sus seguidores, por lo tanto, en el tiempo de Adviento, nos toca mirar atrás, hacia aquel acontecimiento trascendental ocurrido hace más de dos mil años y querer revivirlo con toda la intensidad.

Para poder celebrar intensamente todo lo que Navidad significa, tenemos que despertar en nosotros una actitud de espera, de deseo de la venida del Señor.

A pesar de que sabemos ya presente el Mesías, seguimos necesitando —igual que los hombres y mujeres del Antiguo Testamento— que él actúe en nuestro mundo para liberarlo de tanta injusticia, opresión, desigualdad y desesperanza.

El tiempo de Adviento es también una invitación para tomar a la Virgen María como modelo. Ella está dispuesta a colaborar en esta acción de Dios y por eso acepta ser la Madre del Mesías. Ella es modelo de apertura a Dios para hacer posible su venida, modelo de espera gozosa del Señor que viene.

 

En el Adviento celebramos la venida histórica de Jesús, hace más de dos mil años. También su venida constante, cotidiana, a través de las personas, los acontecimientos, la oración, de la Eucaristía (comunión).

También celebramos la venida definitiva al final de los tiempos, cuando llegará a término nuestra historia humana y entraremos por siempre en la vida de Dios.